Me gustaría contarle, desvelado lector, sobre arrumacos suaves o duros o campechanos. Me guastaría contarle que cumplí 32 y que me hice madre de una niñita de pelo largo. Me gustaría con todo eso que el tiempo pasara veloz, porque ya sé que andaré con esos relatos en la cabeza apenas pasen unos pocos años.
Hoy no tengo tiempo. Y mañana tampoco lo tendré.
Esta noche le tengo que resumir los hechos como si me anduviera haciendo del baño: renuncié a mi trabajo; lloré hasta que me ardieron los ojos; no me despedí con decencia; extraño mi antigua esclavitud; me emociona la nueva.
Ojalá los muchos narratarios, las nuevas narratarias, se dieran una vuelta y se enteraran: tanto los quise y tanto los quiero. ¿Sabrán que la narradora las anda pensando?
Debería decirle que la incertidumbre me emociona, pero la verdad es que, como el 80 por ciento de las entradas de Melcocha Barata, este post está inspirado en el cólico, así que más que emocionada me siento hormonal.
Pero ya veremos mañana cuando los senos no me duelan como a embarzada y haya descubierto cómo es que se le habla a escuincles de entre 13 y 18 años. Alguna vez le supe hablar a un chavillo de 20, pero era en inglés. No cuenta.