miércoles, abril 17, 2024

Aimée (1)

Antes de verla recién salida de mi cuerpo, la imaginación no me había dado para visualizar un bosquejo de su cara. A lo más que llegaba era a imaginar una miniatura de mí misma, una versión pequeña de mis ojos, mi piel y mi pelo, una invocación a mi propia niñez. Jamás, a una persona independiente. Tal vez por eso cuando comenzamos a convivir sin la intermediación del hospital no lograba hacerme a la idea de que ese animalito desconocido era mi hija. 

Hasta la fecha no logro nombrarla hija, aunque ya la amo con un amor casi tangible, masticable. Al principio el amor era un concepto. Algo pensado más que sentido. Aunque sí sentía la parte angustiante de amar a otra persona: el miedo a perderla. Y por eso no podía cerrar los ojos, mirar a otro sitio, a otra cosa que no fuera ella, por si dejaba de respirar, por si se asfixiaba con su vómito, por si cualquier cosa pequeña se asomaba, cínica, perversa, para provocarle la muerte. 


Meses antes de que naciera, cuando todavía no alcanzaba el tamaño de un feto que abulta el vientre, escribí la lista de los nombres que me gustaban para él o para ella. Si era mujer se llamaría Eloísa, o no, mejor Oriana, Juliana, Julia, Antonia, Carmina. Si era hombre se llamaría Tristán, Valentín o Sebastián. Quería que fuera mujer, pero sabía que era hombre. Estaba segura. Y como hombre imaginaba a un niño moreno, menudo, de ojos grandes y pelo lacio. Imaginaba a Tristán, porque sabía en el fondo que así se llamaría. Lo imaginaba grande, llevando del brazo a su mamá encorvada y canosa, a mí, jorobada y huesuda. Y el pecho se me calmaba porque sabía que el mundo sería hecho, más o menos, a la medida de él.


En el ultrasonido de la semana 14, la doctora me dijo que era mujer. Que estaba 99 por ciento segura de que era mujer. Tristán sería Eloísa, Carmina, Julia u Oriana. Aimée. Aimée como la villana de aquella telenovela que había visto de niña en los años 90. La actriz era mucho más bonita que la protagonista, el personaje era mucho más interesante. Aimée como Aidé, el nombre de mi madre. ¿Qué quería decir Aimée? Amada, indicaba el traductor de Google. Emé pronunció en francés la voz de la inteligencia artificial. Ai-mé pronuncié yo en voz alta. Amada. Era ella. Era Aimée. 


Aimée tendría que sobrevivir siendo mujer, como yo, como mi madre. La angustia me hormigueó el cuerpo. Tendría que ponerle un chip para saber su paradero siempre, acompañarla a todos lados para que no la robaran, dormir con ella hasta que fuera grande, meterla a clases de karate para que aprendiera a pelear, susurrarle siempre que el mundo no nos quiere, que ser mujer es vivir en una guerrilla permanente. Nada de lo que existe fue hecho para nosotras. Tendría que enseñarle a crear su mundo a la medida. 


Mijita, le digo con incomodidad. Estoy a punto de cumplir 40 años, pero me siento muy joven para ser la madre de alguien. Mi niñita, le digo contundentemente; no mames, wey, refunfuño cuando me exaspero porque escupe el biberón y grita en su lenguaje de bebé lleno de babá y leche escurrida que no quiere comer. Es mi hija, se hizo en mis entrañas, me abrieron para que saliera al mundo y le limpiaron mi sangre y el líquido amniótico que yo hice con mis células. No entiendo por qué me cuesta tanto trabajo decirle hija, sentirla hija. Debe ser que convertirse en madre es un proceso larguísimo que dura mucho más de los nueve meses de gestación. ¿Cuánto durará en mi caso? ¿Dos años? ¿Veinte? ¿Habrá algún evento que me haga sentir madre de un momento a otro, como la primera fiebre? ¿O será un proceso tan sutil que simplemente una madrugada abriré los ojos de un sueño y adormilada pensaré “ojalá no despierte a mi hijita”. ¿Cuánto tiempo después de ejercer la maternidad diariamente, una se siente, por fin, madre? 


Aimée duerme a mi lado. Yo la observo muy a mi pesar. Preferiría estar profundamente dormida, pero dormir con ella es estar en alerta permanente. Nunca volveré a dormir profundamente. Nunca volveré a estar tranquila. Duerme ruidosamente, vocaliza, gruñe, ríe, se contorsiona, da manotazos, todo dormida. No la contiene ni el saquito de dormir en la que la metí, un capullito de algodón que la deja como una larva cachetona que lucha por liberarse. Ya no es una recién nacida y he leído que ya no debo encerrarle los brazos al dormir, pero privilegio mi comodidad, aunque sea ínfima. Quiero dormir un poco y para lograrlo, Aimée necesita estar aprisionada, inmóvil. Debo evitar cualquier riesgo de que se despierte.


Cómo la aprisionaré cuando quiera vivir su vida lejos de mí, cuando no mida los riesgos mortales de salir de fiesta que yo ya conozco, cuando me odie por haberla obligado a vivir esta vida, yo más que nadie, porque la traje con reproducción asistida, ciencia, dinero, capricho y semen donado.


Aimée huele a vómito y caldo de pollo, siempre tiene algo mojado, siempre con el pelo pegostioso. Aimée no quiere comer; Aimée no sabe pujar para hacer popó; Aimée duerme ruidosa, incontenible, amada.



***



Es la tercera vez que repito la canción. Me imagino bailándola mientras cargo a mi bebé. Creo que es una canción de amor romántico, creo que la letra habla de una pareja a punto de casarse, no estoy segura. Desde hace varios meses cualquier canción de amor me remite a mi bebé. 


Durante el alto volteo a verla en su sillita del coche, le digo que la amo. Aimée me contesta “va”. De las poquitas palabras que ya dice, va es una de sus preferidas. La usa para decir sí, pero también para decir cualquier cosa. 


Mi bebé me mira y me sonríe. Mi bebé. Lo digo en voz alta. 


“PPP” se llama la canción que no sé bien de qué va. La escuchaba mucho cuando estaba intentando embarazarme. Cada que la escuchaba me imaginaba sobándome con ternura una panzota de varios meses de embarazo. La imagen me inundaba el cuerpo de tristeza.


Viví seis intentos, uno tras otro, en un periodo de un año. Me morí en todos ellos. Seis veces me eché tierra en el panteón y me lloré a gritos mientras me enterraba. Cinco veces me reviví a punta de fantasías y futurizaciones de una maternidad soñada, de completud, de amor incondicional. Puras razones que ahora tildo de equivocadas para convertirse en mamá. La última me quedé medio loca, insomne, rota desde la célula más chiquita, incapaz de sentir otra cosa que no fuera angustia y dolor. 


Algo de ese abismo se me quedó trabado en el cuerpo. O más que trabado, tal vez calcificado; hecho un nuevo hueso entre las costillas y la pelvis, imposible de sacar, imposible de romper. Vibra con algunos estímulos, como canciones que escuchaba cuando lo único que quería era quedar embarazada para poder ser madre, para sentir amor infinito, para no estar sola, para sentirme con un propósito, para ser mamá porque siempre me imaginé siendo mamá.


No sabía que mucho de eso no iba a suceder cuando por fin lograra parir a un ser humano. Ni siquiera iba a poder dejar de sentir el dolor de no lograr embarazarme. No sabía que ser mamá se trataba de quién sabe qué con respecto a mí y de todo con respecto a Aimée y mantenerla viva, hacerla sentir amada, alejar todo peligro, mal de ojo, enfermedad, y luego rendirse al cansancio y al arrepentimiento.


¿Por qué quería ser mamá? No me siento completa, a veces ni siquiera me siento amada, sobre todo cuando la recojo de la guardería y llora porque no quiere dejar a su maestra. Quiero dormir, quiero coger, quiero estar sola. 


“PPP” me remueve ese dolor calcificado. Miro a Aimée, mi bebé de año y medio, en un alto. Le pregunto quién es el amor de mis amores. Se toca la panza a manera de respuesta. Sabe que es ella. Sabe que la amo. Sabe qué es el amor. 


Aimée, me morí seis veces antes de conocerte. Ahora vivo con una angustia perenne por permanecer viva para verte crecer. No voy a voltear a verte mientras manejo porque nos tengo que mantener vivas, pero te amo.


jueves, mayo 07, 2015

De asesinos seriales y propiedad privada

Tenía una playlist llamada "Canciones de boda" que ponía cada que iba borracha en el coche de un exnovio que me duró una vida. Cuando la vida se nos terminó, borré la playlist y procuré no hacer sonar las canciones por respeto a los muertos.

Había un muchacho que tenía por ritual de enamoramiento leer en la cama, después de coger, el libro que había leído con una exnovia. Replicaba el acto con cualquiera que le aguantara, de chingadazo, la lectura de más de 100 páginas. Exigía lágrimas y coincidencias, repetía frases repetidas muchas veces ya, lo que fuera para no soportar por unas horas la ausencia de ella. Era como un asesino serial que buscaba el beso de la madre muerta con víctimas desorientadas. Cuando la frustración le ganaba, las mataba y aventaba sus cuerpos desde el piso 12.

Hace poco leí una historia que era mía. Yo misma la había vivido, pero no hubiera sabido contarla. A la vida le da por repetirse hasta que encuentra al narrador más efectivo. 

jueves, junio 26, 2014

Retardo

Llegué tarde al trabajo. Sin culpa. Decidí que, como ayer tardé tres horas en salir de Polanco, una moral universal me daba permiso hoy para tomarme el tiempo necesario, para no correr. ¿Quién me puede reclamar esos 20 minutos de retardo si ayer perdí tres horas de mi vida al tratar de salir de trabajar?
No sólo quedé atrapada en encharcamientos y caminé kilómetros bajo la lluvia. Sufrí. Sufrí por estar sola y desvalida, por caminar esos kilómetros padeciendo malestares, por caminarlos con náuseas y frío. Y lloré mientras los caminé. Sola.
También los caminé fea: embarrada, con granos reventados, con el pelo reseco, con el fleco informe, con los ojos hinchados. Los caminé derrotada. Y también por eso la moral universal me dijo en la mañana que estaba en todo mi derecho de revolcarme en la cama 30 minutos más. Por eso no me angustié cuando el celular marcó las 10:15 y yo apenas doblaba en Mariano Escobedo.
Por eso. Y porque de todos modos, desde hace algún tiempo, siempre llego tarde.


Llegué tarde al amor. No es sólo una expresión. Llegué tarde literalmente. Llegué dos, tal vez tres meses tarde. El amor me lo dijo.


¿Cómo se llamaba el personaje que fue el amor de Kelly cuando ya no había Brandon ni Dylan en Beverly Hills 902010? ¿Cuántas temporadas estuvo antes de desaparecer por la vuelta de Dylan en la temporada final? Nadie recuerda. Ni Kelly, a sus cuarenta y tantos, abandonada con todo e hijo por el insufrible Dylan, debe recordar a ese breve amante que tuvo a sus veintitantos, a ese pobre que llegó a tratar de rescatarla, que se la cogió con ganas pero sin resultados, como atleta mal nutrido.
Nadie le presta atención a esos personajes que llegaron a las últimas temporadas, cuando la historia ya estaba muy gastada, muy contada. Como los personajes universitarios de Salvados por la Campana que se me confunden con manchas. Como aquel Pablo al que le decía rudo y se me confunde con el tatuado que se llamaba Arturo. Los dos me llegaron al final de las historias en las que fueron unos lejanos personajes secundarios que no merecieron spinoff y que ahora, en mis recuerdos, parecen uno. Los dos fueron el intento chafa del guionista por meter de panzazo un interés romántico a ver si la historia levantaba. Llegaron tarde.


Últimamente llego tarde a la vida en general.


Desde que cumplí 30 he tenido la sensación de que ya siempre voy tarde.
Hace algunas semanas una mujer de mi edad se quejó, en su celebración de 31 años, de que a partir de ese momento, a partir de dejar de ser jóvenes, a las solas como nosotras ya sólo nos tocarán los divorciados. Y eso en unos años, cuando se divorcien, porque ahora mismo, que los nos solos se están casando, no nos toca nada más que esperar.
A esta edad ya todas las historias están muy avanzadas y tendremos que esperar hasta la siguiente crisis, en unos 10 años, para aprovechar esos nuevos comienzos cansados y meternos a ver si logramos un protagónico, a ver si la historia nos incluye desde la primera temporada. Lograr llegar temprano al ocaso de alguien.
Hablo de "nosotros" a los que nos cancelaron antes de lo previsto y andamos huérfanos de historia a ver dónde cabemos, aunque sea en el argumento estiradísimo de alguno que está aburrido de su trama principal.
También a los 30 llegué tarde al juicio porque desperdicié los años en los que podía ser estudiante. Llegué tarde a la vocación, llegué tarde a la valentía y hasta llegué tarde al desempleo.


Busco trabajo.

lunes, junio 02, 2014

Y tenemos miedo


El miedo, en concreto, se siente como un nudo caliente en la boca del estómago, ahí donde duele la gastritis. Se siente también como un globo en el tórax, cuyo apéndice se bota por el esófago como una hernia en la garganta. El nudo y el globo amanecen conmigo, abrazados a mis entrañas, como amantes desesperados que atrapan con todas las extremidades enroscadas al que seguramente no los quiere amar.  

domingo, mayo 11, 2014

Todas las cosas (están) descompuestas

No puede ser que la puertita del mueble de la cocina lleve más de 15 años zafada. No puede ser pero es desde hace 15 años, y por más que la puertita zafada nos ha caído incontables veces sobre el pie, nunca la repararemos. Llegará el día de la muerte de mi madre y la mía y esa puertita zafada nos va a sobrevivir zafada, inerte e inservible. Y así zafada se va a ir a la basura y tal vez entonces algún ropavejero la componga y venda el mueble de la cocina con su mutilación de tres o cuatro décadas reparada.
No es lo único que me va a sobrevivir inservible: una maleta enorme con el cierre roto que no he mandado a componer desde 2008; el horno de microondas que dejó de funcionar en 2005; la lavadora que un exnovio me heredó y que ahora huele a podrido porque se quedó con agua estancada después de volverse loca y dejar de desaguar; una de las bocinas del tocadiscos, la cual dejó de servir en 1985, cuando mi papá se fue. Todo está descompuesto y todo sigue ahí, en el mismo lugar que le asignamos cuando llegó a nuestras vidas lleno de funcionalidad y esperanzas.
Ya se puede ver que me acostumbré a vivir entre los inservible, a refuncionar esos objetos antes que buscarles remedio. El remedio para qué si me puedo hacer bolas con basura acumulada que me sirva para guardar, por ejemplo, más basura. Como le pasó a la maleta con el cierre descompuesto, que guarda ropa vieja que ya debería regalar o tirar pero que, en cambio, sigue ahí, haciéndose más vieja.
No me extraña que el amor se me haya descompuesto y que ahora lo use, por ejemplo, para guardar obsesiones. Porque eso sí, para lo único que puede servir todo eso inservible es para guardar desperdicios o comida de gato y para que lo demás se sostenga, se pose o se recargue, como lo hace Palinuro sobre la lavadora con agua podrida, para tomar la resolana.
Tal vez yo misma me rompí en 1993 o en 2001 o en 2004 y me dejé ahí recargada en un rincón, sosteniendo algo, guardando algo, empolvada, zafada, bien rotota.


martes, febrero 11, 2014

Clarividente

Nota: Esto todavía no pasa, pero ya pasará.

No puedo afirmar que soy vidente; no puedo ver el futuro, no en acciones concretas con rostros y consecuencias, pero, digamos, mis tatuajes han predicho bien mi futuro. El mío.
Me di cuenta de este “don” cuando conocí a Luis. La misma noche que nos contamos algunas cosas sin importancia en medio del ruidero de aquella fiesta, terminó en mi casa leyéndome la espalda. Tenía un mes que me había tatuado debajo de la nuca “el amor está nublado”, frase que muy ingenuamente copié de Palinuro de México de Fernando del Paso.
Yo me sentía orgullosa de la proeza; me sentía llena de romance, como si me hubieran bañado en agua de rosas con leche de cabra, miel y canela (así me imagino un baño de amor, supongo que por los comerciales de jabones); me sentía sensual y lista para que el primero que llegara a mi cama me leyera la espalda y cayera perdido de amor por mí. Ésa era la intención.
Aunque muchos me habían visto desnuda el año en que conocí a Luis, fue él el primero en ver el tatuaje según mis fines: mientras yo le daba la espalda y él me abrazaba, ambos desnudos entre mis sábanas sucias de adulto que se cree adolescente y no quiere lavar su ropa de cama. Éramos dos adolescentes de 30 años excitados por hablar sin ropa de drogas, sexo y tatuajes, temerosos de que nadie nos fuera a descubrir.
—¿Qué dice tu tatuaje? —me preguntó mientras yo me hacía abrazar, torcía sus brazos y los aprisionaba en los míos.
El amor está nublado.
¿Qué quiere decir?
Es un juego de palabras. Es que falta la segunda parte que dice y quiero hacer el día contigo. Así sin contexto me suena a una súplica, como: el amor está triste y necesito hacer el día con alguien que me quiera. Es una cursilada que me tatué en la nuca para que sólo la vieran cuando me cucharearan —bromeé, esperando una respuesta como “Es hermoso. Te amo”.
Mejor un cierra la puerta después de salir —dijo sardónico y entonces yo me sentí como si fuera parte de un sueño y el durmiente hubiera despertado sin recuerdo alguno de lo que había estado soñando.
Luego libró sus brazos de mi cuerpo, extendió el suyo sobre la cama y miró al techo. Cerró los ojos, desproporcionadamente grandes como los tenía, custodiados por un par de cejones despeinados. Cerró su boca, tan pequeña que parecía de niño. Y se durmió.
Me quedé mirando con clarividencia atroz su rostro. No diría más y yo me despediría con un “Cierra la puerta después de salir”. Mi tatuaje punzante lo predecía, mientras se marcaba y remarcaba abajo de mi nuca como si la aguja estuviera retocando una y otra vez El amor está nublado (y quiero hacer el día contigo. Con alguien. Con quien sea. ¿Sí? Por favor).

lunes, enero 27, 2014

Por todos los desconocidos que lloraremos

Tengo en uno de mis viejos diarios los nombres de todos los niños y muchachos por los que lloré, por lo menos hasta los 18 años. A todos los conocí poco o no los conocí, pero todas las lágrimas fueron legítimo llanto de amor y de corazón roto, de peligro de muerte.

Lloré cuando mi amor platónico de la adolescencia se casó en una kermés con su novia de la escuela. Para entonces lo único que conocía de él era su nombre.

Lloré cuando en el día del niño de 1991 Erik le dijo al niño feo ese cuyo nombre no recuerdo que yo no le gustaba. Luego me hiperventilé y terminé confesándole a un doctor que toda mi crisis era culpa de la indiferencia de Erik, mi compañero en 2º C.

Nadie puede discutir la validez de esas lágrimas porque salieron por puro y genuino sufrimiento, aunque esos niños y muchachos ni se hayan enterado, en el peor de los casos, de mi existencia.

En términos formales nada me dejaron, más que episodios fantasiosos frente al espejo donde practicaba conversaciones de diferente naturaleza: la primera vez que hablaríamos, la ocasión en la que me pedirían que fuera su novia, el primer beso, y un largo etcétera de cursiladas que mantenían mi enamoramiento fuerte y macizo como cemento seco.

También lloré cuando supe de la muerte de Luis Carlos Santiago, un fotógrafo que estaba haciendo prácticas profesionales en El Diario de Juárez y fue baleado en el estacionamiento de un centro comercial. De él no conocí ni su rostro. Tiempo después, el papá del amigo con el que iba cuando lo asesinaron me habló en una entrevista de él. Y le volví a llorar.

Hoy que murió José Emilio Pacheco volví a pensar en que Fernando del Paso ya está muy viejito y enfermo y me dieron ganas de llorar. No le conozco más que sus libros, y su muerte, si es que llega a pasar antes que la mía, no cambiará el hecho de que Palinuro de México lleva casi 40 años escrito. A estas alturas, en lo que a mí concierne, la existencia de ese señor desconocido debería ser irrelevante, pero no lo es aunque no esté escribiendo nada que me cambie la vida.

El cariño infundado o la empatía que siento por el desconocido me hace el nudo en la garganta. Me pregunto si alguien ajeno llorará por mí, aunque no me sepa de cierto.





miércoles, enero 22, 2014

Prosopagnosia inversa o de cómo parece que siempre estoy fuera de foco


Lo confirmé cuando el barbón ese me dijo que tenía la impresión de conocerme pero no sabía de dónde. Yo recordaba bien su beso insípido, el olor de su barba y hasta las tontas descripciones de sus tatuajes. Yo tengo buena memoria, olvidadizo lector.

Ni siquiera me sentí humillada, porque nadie puede avergonzarse de una condición médica. Padezco prosopagnosia, esa enfermedad que impide reconocer rostros, pero en mi caso es inversa: es mi rostro el impedido para el reconocimiento, o algo así.

Es como si tuviera el aura miope, como si me moviera envuelta en el vapor de un sauna, como si estuviera siempre entre ventanales empañados y sólo pudiera verse desde afuera una silueta menuda con peluca grande.

Ya antes había convivido con incontables "no te reconocí", "no te había visto", "¿eras tú?", y sin saber de mi condición me había sentido indignada por la grosería de mis interlocutores. Pero qué culpa tenían ellos de reaccionar naturalmente ante la extraña versión de mi padecimiento.








miércoles, octubre 23, 2013

El cambio climático contra mi sistema nervioso: la penúltima batalla

Hoy de pronto fue invierno y mi sistema nervioso, como gallina en eclipse, se fue a dormir sin que fuera hora.


Me sobran pretextos para no bañarme. El mejor es "estoy chipil porque nos cortaron el gas".

Berenice deprimida en su jugo.

sábado, septiembre 07, 2013

"Últimamente me enoja mucho todo. Será que estoy en edad de merecer (mi cocol)"

La cita es de Diamandina y está llena de verdad.

Acostumbrada, desde mis años tiernos, a vivir más o menos con gusto de la nostalgia, me agarró muy de sorpresa encontrarme a mis 30 años añorando con verdadera desesperación el pasado. O sea, los viejos tiempos siempre me han parecido los mejores, sobre todo los que no he vivido yo, pero ahora incluso mis viejos tiempos, los que en su momento me parecieron insípidos, son los mejores.
Por ejemplo, la primera vez que vino Coldplay estuvo bien padre. En serio. Era 7 de septiembre de 2003, hace exactamente 10 años. Yo tenía 20, un año de ser activa sexualmente y dos de llegar en coche a la universidad. La vida ya se había puesto medio buena, pero iba a conciertos de Coldplay. No todo había cuajado.
La cosa es que sí estuvo bien padre. No sólo porque tocaron casi puras canciones del Parachutes, el único disco de Coldplay al que está bien visto no hacerle el fuchi, sino porque de verdad estuvo padre. Tan padre estuvo que a Cristina la sacaron cargando unos de seguridad porque la juventud estaba tan "entregada" y efusiva que a la pobre la hicieron vomitar (por aplastamiento, no de emoción), y literalmente la chisparon de la valla de contención. Buenos tiempos.
Y eso pasó en un insípido concierto de la insípida y qué-oso-que-te-guste banda Coldpaly. Léase sin sarcasmo.
Casi 10 años después, con 30 cumplidos, 11 de ser sexualmente activa, 7 de no manejar coche para ir a trabajar, 4 de pagar renta, 2 de pagar hipoteca y 1 y medio de ir con el psiquiatra, fui al concierto de Beach House.
Beach House está bien. Está muy bien. En el universo de los gustos musicales suma puntos gustar de Beach House, y supongo que por eso mucha gente fue a su concierto. Yo particularmente estaba emocionada porque Beach House hace el tipo de canciones emocionales y azotadas que me dan dolor de senos. Me siento más yo cuando escucho a Beach House. Me siento una mezcla entre Nico y Amanda Miguel en azul y morado.
Pero en lugar de chillar y agarrarme las chichis me la pasé diciéndole (en mi cabeza) a la concurrencia que se callara. Yo sé que la música salida de los amplificadores da la sensanción de que ninguna conversación podrá escucharse mientras la banda esté tocando. No es así. Los murmullos se escuchan, el movimiento (el de las platiquitas y los saludos, pues), distrae.
En especial esperaba Other People. Es mi canción favorita porque me hace sentir muy miserable pero llena de amor y me gusta sentirme miserablemente llena de amor. O algo. Cuando Victoria Legrand empezó a cantarla, me preparé para "dejarme ir", que en mi caso es ponerme a llorar, cerrar los ojos y mover la cabeza como pacheco escuchando a Pink Floyd. Pero no. El muchacho alto de adelante, que me permitía ver sólo en cierta posición, no dejaba de hablar con la chica de al lado. Él incluso le daba la espalda al escenario y como la muchacha estaba bajita, tenía que agacharse cada que se decían algo. Lo extraño era que en ningún momento dejaban de bailar, como si muy a lo lejos estuvieran escuchando a la banda por la que probablemente pagaron un boleto de 600 pesos, mínimo. Qué entrada tan cara para escuchar música de fondo, pensé. Y Other People se acabó y mi experiencia estética se fue al carajo y deseé que fuera 2003.
Ay, Berenice, ¿pero para qué les haces caso?
Les dije educadamente que se fueran a platicar afuera y se rieron de mí pues porque quiero mi cocol y yo también me habría reído de mí.
Después de moverme a lugares peores, donde todos hablaban, se saludaban, se empujaban para comprar tragos, se barrían, se elogiaban sus atuendos, se tomaban fotos y todas esas cosas que uno hace en las fiestas, en los antros, en los bares, en las reuniones y sus etcéteras donde no hay unos fulanos enseñando el fruto del sudor de su frente y así, me la pasé entre escuchando a Beach House e imaginando lo que les diría a todos estos jóvenes que no tienen respeto por el trabajo de otros ni por sus mayores y QUIERO MI COCOL.
Caí en su diabólico juego. La banda se convirtió en la música de fondo de mi ira.
Y ya que tal vez nunca tenga la oportunida (ni el valor) de decirle a Mijangos que no importa cuántos sellos independiente saque o qué tan bien se vista, siempre que se la pase hablando en los conciertos como si estuviera en el Black Horse tomándose unas chelas al dos por uno, se va a ver muy mal, pues escribo aquí mi furia contra todos aquellos muchachos y muchachas que van a los conciertos a ver a quién se encuentran, no como en mis tiempos.
Y sí: ¿Qué ganan? ¿Por qué no se van al Rhodesia o al Roy a platicar y a saludarse? Les saldría más barato (o no) y sus outfits serían mucho mejor apreciados porque no hay tanta gente amontanada y no dejan entrar a todos. Se les hace fácil, perso se ven mal, SE VEN MAL *agita los brazos*.
Es en estos caso cuando el uso de la palabra naco no es políticamente incorrecto porque se refiere a personas que con desfachatez y prepotencia le faltan el respeto a otros: no sean nacos, gente. Cállense y pongan atención o no pinches vayan a los conciertos. 











martes, enero 15, 2013

Ya vieja te viniste a hacer pendeja o de como je ne suis pas infâme, je suis une femme

Según yo mi mamá fue la que selló mi destino aquel 20 de noviembre de sabe qué año de principios de los 90 (debió ser 90 o 91) cuando, desde el camellón donde iban caminando los papás que cuidaban a sus retoños que desfilaban en alguna calle de la Jardín Balbuena, me miró con tamaña reprobación por andar risa y risa con mis amiguitas.

Luego se acercó a mí y me dijo que me pusiera seria porque el desfile era cosa seria y que qué loca era yo.

Me sentí profundamente avergonzada y comencé a entender, a mis escasos siete años, que había una Berenice que Berenice poco o nada podía controlar, la misma Berenice que sacaba 5 en conducta, la que le había enseñado sus "pequitas" a unos niños cuando se levantó la blusa con todo y corpiño un año antes de aquel desfile de 20 de Noviembre, la Berenice que muchos años después aventaría contra la pared a un muchacho asustado que no la quiso besar.

Después de entenderme descontrolada, contenido lector, el miedo llegó a ponerle sosiego a esa locura en ciernes que me hacía bailotear en topless aunque no tuviera nada que enseñar. Tenía miedo, contenido lector, a convertirme en esa mujer que mi mamá tanto reprobaba y que en mi confusión era una mezcla entre chavita precoz embarazada con chica fácil que no se da a respetar y mujer audaz que se la sabe todas.

Y habrán sido las adversas circunstancias sociales de mi infancia y adolescencia, entre bullying e inseguridades, o las revistas feministas que mi mamá solía leer para hacerse a la idea de la soledad, o el destino,  pero terminé cumpliendo de alguna manera la condena de mi madre. La locura volvió para darle la bienvenida a la vida adulta, como quien recibe de vuelta a un querido amigo que estuvo ausente por años con una fiesta que dura días.

Y déjeme decirle, confundido lector, que esta es una de esas pocas situaciones que se temen y se repudian hasta que se viven. Luego el temor y el repudio se va. Entonces trato de imaginarme qué pensaría aquella Berenice de 8, 11, 14 años acerca de su futura yo. A ninguna niña, creo yo, se le prepara para asumirse como la alocada y errática mujer que no se espera a las segundas citas, que ríe fuerte, que se emborracha sin pudor, que se azota en público y que se enamora de todos los hombres del mundo. Pero son necesarias, ¿qué no?

¿Qué trato de decir? No lo sé.

Que sí soy esa. Y sí está bonito.

Cuando le dije a mi mamá que me haría un tatuaje, hace ya casi tres años, me contestó muy enojada, con la misma mirada feroz con la que había definido todo aquel 20 de noviembre de 1990 o 91, "ya vieja te viniste a hacer pendeja". Ya voy por mi tercer tatuaje. Dirá "Je ne suis pas infâme, je suis une femme". 

Aunque tal vez debería tatuarme el nombre de esta canción. Por aquello de sellar destinos. O sólo por los lols.  







martes, noviembre 06, 2012

Siempre quise ser muy bella



El siguiente texto lo publicaron en el número dedicado a Guapos de la revista PICNIC. Lo hice con fragmentos de entradas que ya existían en mi blog y cositas nuevas. La ilustración es de Ann Ernandez y es una belleza.
 
Siempre he sido una envidiosa discreta porque me enseñaron que la envidia no es cosa sana. Entonces, cada que me encuentro con alguna bonitilla joven y talentosa, me hago como la complacida; como si fuera empatía la que me gana y no la envidia. A veces, en mis mejores momentos, me hago como la indiferente buena ondita.
Con los años la intensidad de la envidia crece, así como el cinismo. Será porque también me enseñaron que no todas las guapas son bonitas, pero todas las bonitas sí son guapas.
A mí algunas veces me dicen guapa, pero nunca, bonita.

*
Cuando Palinuro llegó a la casa, era un gato lleno de pulgas y con apariencia de rata. En su carnet, un veterinario escribió que era de raza “doméstica mexicana”. Un gato callejero, pues.
Una amiga preguntó por qué no había escogido a un güerito de la camada, a uno más bonito.
Apenas podía sostener su cabeza, y sospecho que era medio ciego y medio sordo. Lloraba todo el día y ni sabía decir miau. Mantenerlo vivo fue un milagro que requirió alimentarlo cada cuatro horas con biberón, y sobadas en los genitales con algodón húmedo para que pudiera orinar y defecar. Fue a dar al hospital  deshidratado, hipotérmico y con depresión. Pero sobrevivió.
Comenzó a crecer y a tomar forma de gato. Su pelaje gris nunca se oscureció como me lo habían prometido. Palinuro seguía luciendo tan común como cualquier gato vagabundo de ciudad, pero había costado tanto trabajo mantenerlo vivo que hasta lo veíamos guapo. Ayudaba que no fuera un gato arisco y tímido. Nunca pelaba los dientes, a pesar de traernos a punta de mordidas y arañazos.
“Palinuro no es un gato bonito, pero llama la atención. Tiene personalidad”, dijo alguna vez la amiga que en un principio me preguntó por qué no había recogido a alguno más bonito de la camada.
“Es lo que me decía mi mamá cuando era chiquita”, le contesté. “Que no era bonita, pero que llamaba la atención”. Era su manera de prometerme que, cuando fuera grande y conociera gente que se fijara “en mi interior”, encontraría el amor.
Palinuro nunca encontrará el amor porque será esterilizado cuando cumpla el año.

*
La asimetría le gana a mis buenas intenciones, y aun así, paso los días sonriendo como babosa. Mis caderitas de adolescente de bigotito incierto y estéril obsesión por el tamaño de su pene, me dicen que no estoy hecha para la maternidad, y aun así ya tengo el nombre de un hipotético retoño.
Casi siempre ando de buenas y a veces hasta me olvido de preocuparme por ser un macho omega y no uno alfa (porque ya expuse en el párrafo anterior la imposibilidad de ser hembra) y estar destinada al fracaso en eso de la selección natural.
Gracias a dos chick flicks aprendí que mi historia temprana, llena de bullying escolar y amores platónicos, me hizo una mujer con mucha personalidad. Me creció como no me crecieron los senos. Me creció mientras nadie me quería ligar. Me creció en lugar de ese estirón que me prometieron a los ocho años. Me creció hasta el piso y más allá como cabellera de Rapunzel.
Ahora puedo conversar y hasta hago chistes.
No he encontrado el amor como prometió mi madre.

*

Desde que recuerdo he vivido con este prejuicio en la cabeza: siempre quise ser muy bella para no tener que trabajar. O tendría que reformular el deseo: siempre quise ser muy bella para no tener que esforzarme de más.
Cuando fui a entrevistar a ese grupo de muchachas, todas muy bonitas y muy esbeltas con cabellos sanos y cutis tersos, llegué decidida a descargar mi antipatía con preguntas complicadas.
(Me avergüenza ser presa del resentimiento social con tanta facilidad).
Pudieron más sus buenas maneras y su calidez genuina. Las amé con rencor, como se ama a una madre sobreprotectora y dominante. Ellas fueron tan buenas personas que me sentí el personaje antagónico que envidia la belleza y la virtud de la protagonista virginal de cualquier telenovela mexicana.
Para justificar mi vergonzante envidia y la ardorosa culpa que generaba, pensé que ellas eran buenas personas por bonitas: “no hay razón para ser cínico si la vida te trata bien”, me dije.
Me voy a ir al infierno de los que a veces son guapos, cuando se saben arreglar.

*

Evelyn era muy bella y era novia de Aldrin. Aldrin tenía los ojos chiquitos y barros en las mejillas. Aldrin terminó con Evelyn cuando tenían 16 años. Me hice novia de Aldrin porque había sido novio de Evelyn. Amor por asociación.

*

No me gustan las mujeres, no sexualmente. No me gustaría tocarle los senos a otra y no ser yo la que los irguiera orgullosa porque alguien más los ve con lascivia y asombro, aunque sean más bien chicos y sin gracia.
Pero hubiera sido un hombre ejemplar. Creo que ya soy casi un hombre ejemplar, de esos atormentados por la belleza femenina y el amor didáctico, al estilo Horacio Oliveira de Rayuela.
Me sobra el gusto por el vodka con jugo dulzón y me falta una barba rasposa, un pene de medianas dimensiones y un montón de erudición fantoche que me haría atractivísimo. Me sobran personajes y me faltan autores.

*

Años y años me duró un amor platónico por un guapo-guapo. Lo conocí cuando tenía 15 años y le confesé mi amor a los 20. Era alto, de mentón pronunciado, ojos grandes, cejas pobladas y mirada profunda. Era guapo, guapo y lo amaba por guapo porque no podía amarlo por más. No le conocía más que el rostro y el cuerpo y el andar seguro que veía siempre desde lejos.
Antes de cumplir 21 años decidió darme una oportunidad y antes de cumplir los 21 decidió quitármela. Desde entonces no me fijo en guapos-guapos para cosa seria ni para nada. No les tengo confianza.
Todavía no encuentro ni me encuentra el amor.





viernes, octubre 19, 2012

Mujeres golpeadas del alma o de cómo este es un post a la Carrie Bradshaw porque ya tengo casi 30 y YOLO

Hace algunos días olvidé en la casa de un muchacho un muy querido anillo. Es de plástico, me costó 13 euros y es perfectamente olvidable, pero era uno de los recuerdos de mi viaje a España y-tenía-un-gran-valor-sentimental y blah blah blah.
El anillo lo olvidé por un auténtico descuido -de verdad- , que en su momento me pareció afortunadísimo porque el muchacho me gustaba y era un pretexto fortuito para volverlo a ver. (Tengo 29, pero en las cuestiones del romance me manejo como una adolescente atrabancada de 15 y casi siempre la cago).
El anillo se le perdió. Y no lo culpo. Yo olvidé mi preciada pertenencia en casa de un desconocido. Mi responsabilidad. Pero me sentí profundamente ofendida por "la falta de delicadeza" porque no sólo perdió el anillo; parecía no importarle haber perdido la preciada pertenencia de alguien, por más desconocida que fuera. O sea, nomás tenía que dejarlo donde lo olvidé, o por lo menos avisarme que lo había perdido antes de darme la vuelta en busca del anillo. Puro drama, pues.
"Otro patán", pensé. "Otro patán con el que me encuentro en mi reducido mundito de la Roma-Condesa", pensé más. "Otro patán que atraje con mi imán de patanes", repensé.
Y fue ese último pensamiento el que me dejó fría. Bueno, digamos que tibia entre mis calurosas emociones. "Otro patán que atraje con mi imán de patanes". Tengo un imán de patanes activado, un ojo clínico para la patanería, ¿un gusto malsano por el maltrato? "Soy una mujer golpeada del alma", concluí.
Yo soy de esas mujercitas que se toma muy en serio lo de SOMOS MUCHAS LAS MUJERES TRABAJANDO PARA TODAS LAS DEMÁS. Crecí leyendo Fem y a Rosario Castellanos. Ni por error le digo a otra mujer puta o zorra y jamás culpo al género por la falta de destreza al volante. Si en teoría no me dejaría tocar NIPORELPÉTALODEUNAROSA, ¿cómo así que siempre me meto en situaciones tristísimas en las que de una u otra manera salgo medio humillada?

Ejemplo 1:
--¿Quieres ir a cenar?
--No, ya comí.

Ejemplo 2:
--Vamos al cine, ¿no?
--No puedo, tengo planes sexys.

Mujer golpeada del alma, les digo.  Mujeres que gustan de situaciones masoquistas a pesar de su espíritu independiente y aventado, tal vez como consecuencia de pensar que tienen la obligación de tener un espíritu independiente y aventado, entonces siempre deben estar frescas y relajadas como si las actitudes desdeñosas de tipos descuidados no les afectaran porque no les deben afectar porque qué oso clavarse en cosas que mujercitas normales se clavan*toma aire*.

Luegoentonces, psicólogos y sociólogos, sáquense el concepto y estúdienlo con seriedad para que las chick flicks apliquen sus enseñanzas y sean útiles para las mujercitas confundidas y atrabancadas como yo.

Será por eso que mi personaje favorito de Girls es Adam: patanazo. Un hombre solitario y complejo, rebelde sin causa y la mamada que trata de la verga a Hannah, pero no. O sea.

Hannah lo puede explicar mejor que yo:



"And it makes me feel stupid and pathetic to get a picture of your dick that I know was meant for someone else, and you didn't even bother to explain because I made you think you don't have to explain... And it makes me feel very stupid to tell you this because it makes me sound like a girl who wants to, like, go to brunch, and I really don't want to go to brunch..."

Ouch.





Update: ya apareció el anillo. Eso no cambia nada. 




martes, octubre 09, 2012

Mi culpa es por no entenderle al arte contemporáneo o de cómo Lucía Rivadeneyra lo puede explicar mejor que yo


Intelectual
La dejó
porque su manos
nunca habían
cargado una novela
porque sus piernas
jamás siguieron
el camino de un cuento
porque su boca
no tuvo sabor a poemas
y porque
hacía teatro al aire libre
donde la conoció.

lunes, octubre 08, 2012

Con todos menos conmigo o de cómo cada que me bajo del taxi le digo hasta luego al taxista aunque sé que no lo volveré a ver


Cada que me bajo de un taxi le digo amablemente al taxista "hasta luego" con la certeza de que nunca más lo volveré a ver. Cada que lo hago me repito en silencio que no lo haré la próxima vez, que es una mentira gratuita que podría ahorrarme con un simple "gracias".
Y no es que me importe mucho economizar mis palabras, pero es un recordatorio de esos muchos "hasta luego" y "nos vemos" y besos de despedida que he dicho y que he dado con la certeza de que son los últimos.
No me gustan las despedidas, a menos de que vengan con la promesa de un reencuentro.

Así debió sentirse la chica a la que le cantan esa de Con todos menos conmigo. Por eso andaba de loca buscando el amor con todos menos con él. O sabe.




lunes, septiembre 17, 2012

El chisme


Cuéntame un chisme, le pidió a su amigo el más joven. La pobre no se daba cuenta de que ella era el chisme.
Se volvió loca sin tragedia y la gente lo platicaba sin entusiasmo para rellenar los huecos de la conversación.
Se volvió loca sin aspaviento, sin siquiera darse cuenta de que se había vuelto loca.
Por eso quería un chisme ajeno, porque no sabía, en su nueva y aburrida locura, que ella era el chisme.

miércoles, junio 20, 2012

El fellow partner perdido (ésta es otra entrada de desamor y esas cosas que me encantan)

Alguna vez me enamoré furtivamente de un gringo cinco años menor que yo. Por todos lados ese asunto estaba mal. Era cinco años menor que yo y era gringo: MAL. Pero lo que estaba peor es que a él le gustaba el hip hop y a mí no; no leía ni un carajo y yo sí; no hablaba ni pitos de español y yo con trabajos hablaba inglés. La cosa terminó trágicamente: le dije que seguía enamorada de mi ex novio y que no iba a prosperar. Se regresó al gringo y fin.
Dos años después volvió. Le conté que estaba a punto de mudarme con mi -en ese entonces- novio, el mismo por el que años atrás le había roto el corazón (era un culebrón mi vida en esos tiempos). Cuando me preguntó a qué se dedicaba, le dije que era redactor. Y entonces, con una resignación casi vergonzosa, me dijo "he's a writer, he's your fellow partner".

En español fellow es compañero, pero su significado va más allá del compañerismo: implica camaradería, empatía, afinidad.

Y quién sabe si en ese entonces todavía existiera todo eso en mi pobrecita y ya moribunda ex relación, pero se sentían con fuerza los celos de mi amigo el gringo, no por mí, sino por el fellow. Yo compartía con aquel cosas que jamás podría compartir con él. Y ahhh, como hiere eso al ego.

¿A dónde voy con todo esto?

No sé. A que estuve stalkeando sus redes sociales, imposible lector, y me descubrí sintiendo esos celos, no por usted, sino por esas cosas muy personales que no podría compartir con otra persona más que con quien las comparte.

Supongo que a esto le llaman soledad. Y ahora sí denme mi cocol porque me la mamé.






Broadcast también me recuerda a mí.

domingo, junio 03, 2012

No lloren por mí, yo ya estoy gorda

Contaba hace varios meses, en uno de esos intentos flojos por revivir el blog, que andaba yo padeciendo a la modernidad como cualquier hijo de vecino: con una enfermedad emocional.

Yo, que consideraba de gente pudiente buscarse tiempo para encontrarse a sí misma y esas mamadas, me descubrí perdidísima en una angustia laberíntica y boscosa.

Pos total que siempre sí necesitaba encontrarme a mí  misma y que siempre sí era propensa a padecer esas cosas que mis abuelos ni pelaban porque no tenían tiempo.


Y todo bien, porque como buena hija de madre trabajadora, que a su vez es hija de padre campesino y terco, fui educada para aguantar, aguantar y aguantar. Y aguanté.

Además de a la Berenice cuerda, anduve buscando muchas cosas más que me ayudaran a encontrarla, y encontré esto, mientras leía chismes amororos del rock noventero:

"Yeah, it almost seems like your twenties is about having everything you ever thought was true proved wrong. And I think that's why so many people kill themselves at 27. You just can't take any more of finding out how wrong you were! And then, by the time you reach your early thirties, you find out that it doesn't really matter, because it all keeps going on and what you think about it is not really that important. It's just a matter of trying to make some sense of the small things. Stop trying to control everything and let it happen. Also, your ambitions change, become less to do with trophies, I think."

La cita no es de algún libro de Nick Hornby ni cerca; es de una entrevista que le hicieron a Justine Frischmann, la de Elástica, la que anduvo con Damon Albarn. Y pues me tranquilizó, tanto como me tranquilizó la resignación de Melancolía (¿ya la vio, nuevecito lector? Es una película maravillosa).

Pero no crea, pesimista lector, que soy una optimista. Engordé un chingo, porque así es la enfermadad. Y todo mal.