Cuéntame un chisme, le
pidió a su amigo el más joven. La pobre no se daba cuenta de que ella era el
chisme.
Se volvió loca sin
tragedia y la gente lo platicaba sin entusiasmo para rellenar los huecos de la
conversación.
Se volvió loca sin
aspaviento, sin siquiera darse cuenta de que se había vuelto loca.
Por eso quería un
chisme ajeno, porque no sabía, en su nueva y aburrida locura, que ella era el
chisme.