jueves, enero 29, 2009

Justo hoy se me ocurrió

Andaba hurgando entre mi basura y encontré una foto.












No es de amor; es de shock.

domingo, enero 18, 2009

Bellos y púbicos o de cómo la textura no me deja disfrutar del momento

Esto iba a ser un post triunfal que hablara de la reivindicación de mi autoestima y de cómo mi madre tenía razón al decirme durante toda mi niñez y adolescencia: "Berita, se van a fijar en ti cuando tengas 20", para consolarme de todas las burlas y los amores platónicos, siempre imposibles, que no me dejaron tener una adolescencia sana llena de borracheras fugaces, babas y fajes torpes.
Pero entonces, el recuerdo del triunfo me provocó más bien náusea, y no una figurativa, de ésas que se dicen cuando uno se enoja, se pone digno y luego mamón. No, fue una náusea física, un mareo repulsivo que me vino desde el estómago y me dejó la visión brillante y desenfocada.
Antes de descubrir que no era el pinche vasito de nescafé de máquina el que amenazaba con un ácido gorgoteo, escuché una canción de The Doors. Y entonces supe: así se siente la vergüenza.
La canción me recordó cuando le hacía de mujer fatal en el ático de una casa de madera pegada al Bosque de Tlalpan. Usualmente el soundtrack era The Doors o The Wall de Pink Floyd. No sabía, hasta la náusea de Riders on the Storm, que el recuerdo representaba pura torpeza y decadencia.
Me quedó marcado de por vida: la flacucha figura de Jim Morison siempre me pondrá mareada, sin importar que hasta antes de los 19, disfruté a lo grande de los Doors.
Pinche pavlov automático. Ya me tengo prohibido un buen número de discos, un buen número de lugares un buen número de recuerdos. No vaya ser que lo siguente en lugar de náusea sea convulsión. Todavía no sé cuál es la representación somática de la ira, acá, machín.

Y el triunfo: fue muy al estilo de cenicienta (¡Ja!). Nomás que nadie salió enamorado. Esas son las ventajas de padecer bulying juvenil y luego ponerse medio buena.


La náusea: no tenía nada que hacer ahí. Siento mucho la intromisión, ya me pasé de la raya.

jueves, enero 08, 2009

la consagración de Berenice

Estoy harta del ridículo. Lo he practicado toda mi vida con tal naturalidad que parece una de mis funciones biológicas.
A partir de ahora me gustaría hablar recio y mirar con ese dejo de ternura y lástima con el que me miran cuando digo sin querer algua ingenua o impertinente tarugada.
Ni parece, querido lector, porque su narradora de confianza tiene la voz rasposa y los senos grandes y bebe mezcal y coge cuatro veces a la semana con cuatro diferentes tipos.
La autora, en cambio, no.

No hay tal azote; no me consuele, consolador lector. Nomás ando con un Osiel atorado en la vida. Uf, qué hueva.