jueves, octubre 30, 2008

con tu pendejo saquito de pana

Siempre he sido una envidiosa discreta porque me enseñaron que la envidia no es cosa sana. Entonces cada que me encuentro con alguna bonitilla joven y talentosa, me hago como la complacida; como si fuera empatía la que me gana y no la envidia. A veces, en mis mejores momentos, me hago como la indiferente buena ondita.
La verdad es que no tengo justificación, pero me caga caer en la cuenta de que empecé mi adolescencia a los 20.

martes, octubre 28, 2008

Una vez soñé con dios

Sigo con la cabeza errada y la hipocondria me infla la panza como a las 6 de la tarde.

Religiosa por temor, como todas las noches se persignó ignorante de por qué lo hacía. Cerró los ojos después de unos cuantos ruegos informales y durmió.
Despertó, en pleno sueño, con la absurda necesidad de hablar con él.
–¿Dios?
–¿Mhhjj? –contestó una voz apacible que venía de su propia almohada.
Con los ojos abiertos ante la oscuridad de su habitación, supo que eso, Dios en su cama, no estaba bien, sobre todo porque millones de personas hambrientas y desprotegidas lo necesitaban a lo largo y ancho del redondito mundo.
¿Qué hacía precisamente en su cama individual (perdiendo el tiempo con dormitadas y quitando espacio para la postura sana)?
–No tienes que estar conmigo, yo estoy bien –le dijo ya con temor y una desconfianza declarada.

Supo que eso, Dios en su cama, no estaba bien. Supo también (y porque él se lo dijo después de tantas) que su omnipresencia hacía inútil cualquier intento de resistencia.
Y entonces supo definitivamente, ya remitida en conclusiones infinisetimales, que esas viejas charadas del bien y el mal eran la pura verdad, y es que las impertinentes mordidas del flaco y verdoso Dios en los huesitos de la pelvis, no eran más que lujuria y perdición.

No era Dios.

lunes, octubre 27, 2008

A falta de carnita (post larguisisísimo que ni parece de Melcocha Barata)

Alguna vez intenté incursionar en el mundo de las revistas de entretenimiento. A un editor se le ocurrió que yo podría escribir bien de "ciertos temas", así como sexo y amorrr (jojojo) pero sin el sermón y el aire experto de respetadeeeeeesimas como Anabel Ochoa. Me dijo que me inventara un personaje y que sacara historias cotorras. Lo hice esperanzada y escribí como si no fuera yo.

Esa nueva narradora se dio el lujo del sarcasmo, de la acción, de la buenaondita.

No resultó. El experimento no pasó la revisión del primer texto. Pero ya que lo escribí y que ha estado guardado por tanto tiempo, pus que salga el pobre para que se oree tantito. Total, fue el debut y despedida de aquella narradora a la que creí ideal para aquel editor.

La incondicional
Malena Dolz

Sin preguntar si podía le ofrecí al chileno un colchón matrimonial de unos 10 años de antigüedad que quién sabe por qué había sobrevivido a la fiebre redecorativa que le había agarrado a mi madre hacía un par de años. De todos modos todavía aguantaba muchas buenas faenas.
Después de regalarle un par de discos –originales- y esponsorearle comidas y pedas, el colchón se me hacía el regalo más romántico que podía darle; qué mejor obsequio que un espacio suave donde dormir con amante incluida: yo.
Fui con mi madre, y bajo el lastimero argumento de que el guapo chileno estaba en banca rota, pobrísimo, desamparado y corrido por ese par de abogaduchos borrachos que le rentaban el cuartito de Miguel Ángel de Quevedo, le rogué que me dejara regalarle el mentado colchón arrumbado debajo de su cama.
­­­–Pobrecito. Su papá se atrasó con la mensualidad y no tiene ni para una colchoneta. Duerme en el piso ahí todo adolorido y nosotras ni usamos este colchón.
La verdad era que muy cerca de la Universidad había encontrado un lindo departamento que desde hacía una semana ya compartía con un amigo. El lugar no era lo mejor: dos habitaciones medio iluminadas, una estancia más bien chirris, un baño y medio y nada de elevador, pero tenía vecinos extranjeros, estudiantes también, acostumbrados a las fiestas y al ruidero.
Yo, emocionada como una recién casada, me puse a buscarle cositas para llenarle el lugar y ahorrarle la vida hasta donde me alcanzara porque me había convertido en algo así como su “mejor amiga”, de esas revolucionadas a las que no les importa tener encuentros casuales con sus cuates; enamoradísima EN SILENCIO, pues. Digno de telenovela.
Entonces, ante la mirada ruda de mi má que no toleraba ni tantito a mi enamorado chileno porque era muy mugroso y le encantaban las marchas, el interesado pasó con su próximo roommate a recoger el colchón a mi casa en la lejana Cuauhtémoc.
El roommate rentó un camión de fletes y después de la escuela nos fuimos emocionados hasta mi casa. Yo, muerta de incomodidad lo veía imaginando el momento en el que reestrenáramos el colchón. Y qué me importaba el calor de mayo y el tráfico de Insurgentes y la brutalidad del conductor flacucho con pinta de judicial; yo era su “mejor amiga”, casi su novia, casi.
–Vas a poder tirar ese catre feo. Te subes y parece que se va a romper, y con trabajos cabes tú. Jajaja. (¡ya no vamos a dormir en el piso!)
–Sí… chido ¿no?
–Chido. (¿chido?)
Ya antes había hecho sacrificios brutos “por amor”. De entrada mi virginidad que le valió rábanos; lo de menos. Pero qué tal la vez que di 200 pesos para que lo bajaran de la patrulla, y es que al muy sonso lo cacharon con chela en mano en plena calle (nunca me pagó); o la vez que le presté 500 pesos para irse a Mazunte… sin mí (nunca me pagó); o cuando me quedé toda la noche terapeándolo por la novia chilena que ya le había dado aire; o cuando se cayó de la silla porque estaba muy borracho y le puse hielo en el moretón; o cuando… argh, patético.
El siguiente viernes celebramos la gran inauguración del depa y el cumpleaños de Luci en el depa, o ese era el plan. Yo no había comprado condones (casi siempre los compraba; a él le encantaban unos baratos de marca “Don Juan” que a mí me daban un montón de miedo) porque habían sobrado dos de la última vez, antes del traslado del colchón.
Llegamos y crash. Mi chileno estaba con la flaquísima Verónica; una chica con figura de modelo brasileña a la que ya le había echado el ojo desde hacía meses. Esa coqueta bebía de la botella y fumaba muy a gusto sobre el tapetito naranja –monísimo- que yo le había comprado.
–Oye Male, ¿y si se van a los ajenjos un rato? Ya sabes. Los alcanzo luego y regresamos a seguirla. Diles a todos ¿no?
–Pero ya habíamos quedado y ya compramos todo. (Cabrón, no me puedes hacer esto)
–Pues lo guardamos para al rato. Ándale, diles. Aquí ya se armó.
–Oquei… suerte. (Mch).
Me puse borracha en 15 minutos. Recuerdo que una de los Tigres del Norte, oportunísima, me hizo levantarme de la silla y tratar de cantarla frente a todos.
Showsazo.
Pero entonces, cosa del destino o de algún desgraciado que le pareció gracioso ponerla en ese tugurio snob sonó la definitiva, la crucial: La Incondiconal de Luis Miguel.
“Tú, la misma de ayer / la incondicional / la que no espera nada / Tú, la misma de ayer / la que no supe amar / no sé por qué”.
Pura sabiduría; pura triste verdad; pura autocomplacencia. Ahora sí la borrachera era inaudita, jugosísima y decadente.
Un rato después llegó bien contento. Yo ya había dejado de llorar, en parte porque otro cuate se me estaba lanzando y pus ya qué, ni modo de no demostrarle que yo también podía tener mis ligues aparte.
–¿Lo hisshhieron?
–Sí
–¿Dóoonde?
–Pus en el depa.
–No, ¿pero dónde? ¿En el cuarto, en la sala…?
–Pus en el cuarto. ¡En el colchón!
–¿Te pusiste… condón?
–Sí, de los que habían sobrado la otra vez.
–Shido.

Jamás “estrené” el colchón. Apenas y me recosté un par de veces en él. Comenzó a salir con Verónica y luego se consiguió una novia que estudiaba filosofía, que le encantaba ir a las marchas globalifóbicas y que tenía una izquierdosa madre chilena.
Pero eso sí, seguí siendo la “mejor amiga” todavía largo tiempo más. Hasta que un día, después de una fiesta fui yo quien lo llevó borrachísimo a su casa, porque la novia indignada por su irremediable estado de bulto, se había largado después de un panchote a casa de una amiga.
Repetiría el patrón tiempo después, pero ya sin tanto sacrificio, nomás con la ligereza de las relaciones casuales con todo y confesionario y chofer. Y es que a mí, francamente, me parece muy civilizado eso de poder ser cuate del amante sin un compromiso mayor, pero todavía no le agarro el modo y me sigo enamorando. Vaya.
Bah. Ahora me pregunto si él alguna vez escuchó La Incondicional con atención, y si lo hizo, ¿habrá pensado en mí? Ojalá que no.


*Cómo se nota que ando carente de ideas. No señor, lo que me falta es tiempo y vitaminas, pero ya vendrán tiempos mejores.