martes, enero 15, 2013

Ya vieja te viniste a hacer pendeja o de como je ne suis pas infâme, je suis une femme

Según yo mi mamá fue la que selló mi destino aquel 20 de noviembre de sabe qué año de principios de los 90 (debió ser 90 o 91) cuando, desde el camellón donde iban caminando los papás que cuidaban a sus retoños que desfilaban en alguna calle de la Jardín Balbuena, me miró con tamaña reprobación por andar risa y risa con mis amiguitas.

Luego se acercó a mí y me dijo que me pusiera seria porque el desfile era cosa seria y que qué loca era yo.

Me sentí profundamente avergonzada y comencé a entender, a mis escasos siete años, que había una Berenice que Berenice poco o nada podía controlar, la misma Berenice que sacaba 5 en conducta, la que le había enseñado sus "pequitas" a unos niños cuando se levantó la blusa con todo y corpiño un año antes de aquel desfile de 20 de Noviembre, la Berenice que muchos años después aventaría contra la pared a un muchacho asustado que no la quiso besar.

Después de entenderme descontrolada, contenido lector, el miedo llegó a ponerle sosiego a esa locura en ciernes que me hacía bailotear en topless aunque no tuviera nada que enseñar. Tenía miedo, contenido lector, a convertirme en esa mujer que mi mamá tanto reprobaba y que en mi confusión era una mezcla entre chavita precoz embarazada con chica fácil que no se da a respetar y mujer audaz que se la sabe todas.

Y habrán sido las adversas circunstancias sociales de mi infancia y adolescencia, entre bullying e inseguridades, o las revistas feministas que mi mamá solía leer para hacerse a la idea de la soledad, o el destino,  pero terminé cumpliendo de alguna manera la condena de mi madre. La locura volvió para darle la bienvenida a la vida adulta, como quien recibe de vuelta a un querido amigo que estuvo ausente por años con una fiesta que dura días.

Y déjeme decirle, confundido lector, que esta es una de esas pocas situaciones que se temen y se repudian hasta que se viven. Luego el temor y el repudio se va. Entonces trato de imaginarme qué pensaría aquella Berenice de 8, 11, 14 años acerca de su futura yo. A ninguna niña, creo yo, se le prepara para asumirse como la alocada y errática mujer que no se espera a las segundas citas, que ríe fuerte, que se emborracha sin pudor, que se azota en público y que se enamora de todos los hombres del mundo. Pero son necesarias, ¿qué no?

¿Qué trato de decir? No lo sé.

Que sí soy esa. Y sí está bonito.

Cuando le dije a mi mamá que me haría un tatuaje, hace ya casi tres años, me contestó muy enojada, con la misma mirada feroz con la que había definido todo aquel 20 de noviembre de 1990 o 91, "ya vieja te viniste a hacer pendeja". Ya voy por mi tercer tatuaje. Dirá "Je ne suis pas infâme, je suis une femme". 

Aunque tal vez debería tatuarme el nombre de esta canción. Por aquello de sellar destinos. O sólo por los lols.