jueves, junio 26, 2014

Retardo

Llegué tarde al trabajo. Sin culpa. Decidí que, como ayer tardé tres horas en salir de Polanco, una moral universal me daba permiso hoy para tomarme el tiempo necesario, para no correr. ¿Quién me puede reclamar esos 20 minutos de retardo si ayer perdí tres horas de mi vida al tratar de salir de trabajar?
No sólo quedé atrapada en encharcamientos y caminé kilómetros bajo la lluvia. Sufrí. Sufrí por estar sola y desvalida, por caminar esos kilómetros padeciendo malestares, por caminarlos con náuseas y frío. Y lloré mientras los caminé. Sola.
También los caminé fea: embarrada, con granos reventados, con el pelo reseco, con el fleco informe, con los ojos hinchados. Los caminé derrotada. Y también por eso la moral universal me dijo en la mañana que estaba en todo mi derecho de revolcarme en la cama 30 minutos más. Por eso no me angustié cuando el celular marcó las 10:15 y yo apenas doblaba en Mariano Escobedo.
Por eso. Y porque de todos modos, desde hace algún tiempo, siempre llego tarde.


Llegué tarde al amor. No es sólo una expresión. Llegué tarde literalmente. Llegué dos, tal vez tres meses tarde. El amor me lo dijo.


¿Cómo se llamaba el personaje que fue el amor de Kelly cuando ya no había Brandon ni Dylan en Beverly Hills 902010? ¿Cuántas temporadas estuvo antes de desaparecer por la vuelta de Dylan en la temporada final? Nadie recuerda. Ni Kelly, a sus cuarenta y tantos, abandonada con todo e hijo por el insufrible Dylan, debe recordar a ese breve amante que tuvo a sus veintitantos, a ese pobre que llegó a tratar de rescatarla, que se la cogió con ganas pero sin resultados, como atleta mal nutrido.
Nadie le presta atención a esos personajes que llegaron a las últimas temporadas, cuando la historia ya estaba muy gastada, muy contada. Como los personajes universitarios de Salvados por la Campana que se me confunden con manchas. Como aquel Pablo al que le decía rudo y se me confunde con el tatuado que se llamaba Arturo. Los dos me llegaron al final de las historias en las que fueron unos lejanos personajes secundarios que no merecieron spinoff y que ahora, en mis recuerdos, parecen uno. Los dos fueron el intento chafa del guionista por meter de panzazo un interés romántico a ver si la historia levantaba. Llegaron tarde.


Últimamente llego tarde a la vida en general.


Desde que cumplí 30 he tenido la sensación de que ya siempre voy tarde.
Hace algunas semanas una mujer de mi edad se quejó, en su celebración de 31 años, de que a partir de ese momento, a partir de dejar de ser jóvenes, a las solas como nosotras ya sólo nos tocarán los divorciados. Y eso en unos años, cuando se divorcien, porque ahora mismo, que los nos solos se están casando, no nos toca nada más que esperar.
A esta edad ya todas las historias están muy avanzadas y tendremos que esperar hasta la siguiente crisis, en unos 10 años, para aprovechar esos nuevos comienzos cansados y meternos a ver si logramos un protagónico, a ver si la historia nos incluye desde la primera temporada. Lograr llegar temprano al ocaso de alguien.
Hablo de "nosotros" a los que nos cancelaron antes de lo previsto y andamos huérfanos de historia a ver dónde cabemos, aunque sea en el argumento estiradísimo de alguno que está aburrido de su trama principal.
También a los 30 llegué tarde al juicio porque desperdicié los años en los que podía ser estudiante. Llegué tarde a la vocación, llegué tarde a la valentía y hasta llegué tarde al desempleo.


Busco trabajo.

lunes, junio 02, 2014

Y tenemos miedo


El miedo, en concreto, se siente como un nudo caliente en la boca del estómago, ahí donde duele la gastritis. Se siente también como un globo en el tórax, cuyo apéndice se bota por el esófago como una hernia en la garganta. El nudo y el globo amanecen conmigo, abrazados a mis entrañas, como amantes desesperados que atrapan con todas las extremidades enroscadas al que seguramente no los quiere amar.