martes, febrero 11, 2014

Clarividente

Nota: Esto todavía no pasa, pero ya pasará.

No puedo afirmar que soy vidente; no puedo ver el futuro, no en acciones concretas con rostros y consecuencias, pero, digamos, mis tatuajes han predicho bien mi futuro. El mío.
Me di cuenta de este “don” cuando conocí a Luis. La misma noche que nos contamos algunas cosas sin importancia en medio del ruidero de aquella fiesta, terminó en mi casa leyéndome la espalda. Tenía un mes que me había tatuado debajo de la nuca “el amor está nublado”, frase que muy ingenuamente copié de Palinuro de México de Fernando del Paso.
Yo me sentía orgullosa de la proeza; me sentía llena de romance, como si me hubieran bañado en agua de rosas con leche de cabra, miel y canela (así me imagino un baño de amor, supongo que por los comerciales de jabones); me sentía sensual y lista para que el primero que llegara a mi cama me leyera la espalda y cayera perdido de amor por mí. Ésa era la intención.
Aunque muchos me habían visto desnuda el año en que conocí a Luis, fue él el primero en ver el tatuaje según mis fines: mientras yo le daba la espalda y él me abrazaba, ambos desnudos entre mis sábanas sucias de adulto que se cree adolescente y no quiere lavar su ropa de cama. Éramos dos adolescentes de 30 años excitados por hablar sin ropa de drogas, sexo y tatuajes, temerosos de que nadie nos fuera a descubrir.
—¿Qué dice tu tatuaje? —me preguntó mientras yo me hacía abrazar, torcía sus brazos y los aprisionaba en los míos.
El amor está nublado.
¿Qué quiere decir?
Es un juego de palabras. Es que falta la segunda parte que dice y quiero hacer el día contigo. Así sin contexto me suena a una súplica, como: el amor está triste y necesito hacer el día con alguien que me quiera. Es una cursilada que me tatué en la nuca para que sólo la vieran cuando me cucharearan —bromeé, esperando una respuesta como “Es hermoso. Te amo”.
Mejor un cierra la puerta después de salir —dijo sardónico y entonces yo me sentí como si fuera parte de un sueño y el durmiente hubiera despertado sin recuerdo alguno de lo que había estado soñando.
Luego libró sus brazos de mi cuerpo, extendió el suyo sobre la cama y miró al techo. Cerró los ojos, desproporcionadamente grandes como los tenía, custodiados por un par de cejones despeinados. Cerró su boca, tan pequeña que parecía de niño. Y se durmió.
Me quedé mirando con clarividencia atroz su rostro. No diría más y yo me despediría con un “Cierra la puerta después de salir”. Mi tatuaje punzante lo predecía, mientras se marcaba y remarcaba abajo de mi nuca como si la aguja estuviera retocando una y otra vez El amor está nublado (y quiero hacer el día contigo. Con alguien. Con quien sea. ¿Sí? Por favor).