El siguiente texto lo publicaron en el número dedicado a Guapos de la revista PICNIC. Lo hice con fragmentos de entradas que ya existían en mi blog y cositas nuevas. La ilustración es de Ann Ernandez y es una belleza.
Siempre he sido una
envidiosa discreta porque me enseñaron que la envidia no es cosa sana. Entonces,
cada que me encuentro con alguna bonitilla joven y talentosa, me hago como la
complacida; como si fuera empatía la que me gana y no la envidia. A veces, en
mis mejores momentos, me hago como la indiferente buena ondita.
Con los años la
intensidad de la envidia crece, así como el cinismo. Será porque también me
enseñaron que no todas las guapas son bonitas, pero todas las bonitas sí son
guapas.
A mí algunas veces me
dicen guapa, pero nunca, bonita.
*
Cuando Palinuro llegó
a la casa, era un gato lleno de pulgas y con apariencia de rata. En su carnet, un
veterinario escribió que era de raza “doméstica mexicana”. Un gato callejero,
pues.
Una amiga preguntó por
qué no había escogido a un güerito de la camada, a uno más bonito.
Apenas podía sostener
su cabeza, y sospecho que era medio ciego y medio sordo. Lloraba todo el día y
ni sabía decir miau. Mantenerlo vivo
fue un milagro que requirió alimentarlo cada cuatro horas con biberón, y sobadas
en los genitales con algodón húmedo para que pudiera orinar y defecar. Fue a
dar al hospital deshidratado,
hipotérmico y con depresión. Pero sobrevivió.
Comenzó a crecer y a
tomar forma de gato. Su pelaje gris nunca se oscureció como me lo habían
prometido. Palinuro seguía luciendo tan común como cualquier gato vagabundo de ciudad,
pero había costado tanto trabajo mantenerlo vivo que hasta lo veíamos guapo. Ayudaba
que no fuera un gato arisco y tímido. Nunca pelaba los dientes, a pesar de
traernos a punta de mordidas y arañazos.
“Palinuro no es un
gato bonito, pero llama la atención. Tiene personalidad”, dijo alguna vez la
amiga que en un principio me preguntó por qué no había recogido a alguno más
bonito de la camada.
“Es lo que me decía mi
mamá cuando era chiquita”, le contesté. “Que no era bonita, pero que llamaba la
atención”. Era su manera de prometerme que, cuando fuera grande y conociera
gente que se fijara “en mi interior”, encontraría el amor.
Palinuro nunca
encontrará el amor porque será esterilizado cuando cumpla el año.
*
La asimetría le gana a
mis buenas intenciones, y aun así, paso los días sonriendo como babosa. Mis caderitas
de adolescente de bigotito incierto y estéril obsesión por el tamaño de su pene,
me dicen que no estoy hecha para la maternidad, y aun así ya tengo el nombre de
un hipotético retoño.
Casi siempre ando de
buenas y a veces hasta me olvido de preocuparme por ser un macho omega y no uno
alfa (porque ya expuse en el párrafo anterior la imposibilidad de ser hembra) y
estar destinada al fracaso en eso de la selección natural.
Gracias a dos chick flicks aprendí que mi historia
temprana, llena de bullying escolar y
amores platónicos, me hizo una mujer con mucha personalidad. Me creció como no
me crecieron los senos. Me creció mientras nadie me quería ligar. Me creció en
lugar de ese estirón que me prometieron a los ocho años. Me creció hasta el
piso y más allá como cabellera de Rapunzel.
Ahora puedo conversar
y hasta hago chistes.
No he encontrado el
amor como prometió mi madre.
*
Desde que recuerdo he
vivido con este prejuicio en la cabeza: siempre quise ser muy bella para no
tener que trabajar. O tendría que reformular el deseo: siempre quise ser muy
bella para no tener que esforzarme de más.
Cuando fui a
entrevistar a ese grupo de muchachas, todas muy bonitas y muy esbeltas con
cabellos sanos y cutis tersos, llegué decidida a descargar mi antipatía con preguntas
complicadas.
(Me avergüenza ser
presa del resentimiento social con tanta facilidad).
Pudieron más sus
buenas maneras y su calidez genuina. Las amé con rencor, como se ama a una
madre sobreprotectora y dominante. Ellas fueron tan buenas personas que me
sentí el personaje antagónico que envidia la belleza y la virtud de la
protagonista virginal de cualquier telenovela mexicana.
Para justificar mi
vergonzante envidia y la ardorosa culpa que generaba, pensé que ellas eran
buenas personas por bonitas: “no hay razón para ser cínico si la vida te trata
bien”, me dije.
Me voy a ir al
infierno de los que a veces son guapos, cuando se saben arreglar.
*
Evelyn era muy bella y
era novia de Aldrin. Aldrin tenía los ojos chiquitos y barros en las mejillas. Aldrin
terminó con Evelyn cuando tenían 16 años. Me hice novia de Aldrin porque había
sido novio de Evelyn. Amor por asociación.
*
No me gustan las
mujeres, no sexualmente. No me gustaría tocarle los senos a otra y no ser yo la
que los irguiera orgullosa porque alguien más los ve con lascivia y asombro,
aunque sean más bien chicos y sin gracia.
Pero hubiera sido un
hombre ejemplar. Creo que ya soy casi un hombre ejemplar, de esos atormentados
por la belleza femenina y el amor didáctico, al estilo Horacio Oliveira de
Rayuela.
Me sobra el gusto por
el vodka con jugo dulzón y me falta una barba rasposa, un pene de medianas
dimensiones y un montón de erudición fantoche que me haría atractivísimo. Me
sobran personajes y me faltan autores.
*
Años y años me duró un
amor platónico por un guapo-guapo. Lo conocí cuando tenía 15 años y le confesé
mi amor a los 20. Era alto, de mentón pronunciado, ojos grandes, cejas pobladas
y mirada profunda. Era guapo, guapo y lo amaba por guapo porque no podía amarlo
por más. No le conocía más que el rostro y el cuerpo y el andar seguro que veía
siempre desde lejos.
Antes de cumplir 21
años decidió darme una oportunidad y antes de cumplir los 21 decidió
quitármela. Desde entonces no me fijo en guapos-guapos para cosa seria ni para
nada. No les tengo confianza.
Todavía no encuentro
ni me encuentra el amor.