lunes, septiembre 22, 2008

Rudo

Ya no recuerdo con el cuerpo la vida de antes. Ya no me nace el globo histérico en el pecho recordando las siestas vespertinas que podía darme después de comer en el Chentito, la fonda que me alimentó durante toda mi adolescencia hasta su final final. Ya no me mareo al reconstruir aquella tarde, después de la escuela, que gasté completita acicalando mis formas con tal de verme chula en una fiesta. Ya no me acongoja la panza y la piel la inexistencia de mi tiempo libre y el recuerdo de los años bonitos cuando una mano en el pezón equivalía al vértigo de la vuelta más mamona del juego más mamón de six flags.
Ya hasta se me confunden los nombres y las bocas. Aunque más que confusión es economía. Ahora mis recuerdos se agrupan, los muy intransigentes, en categorías que no respetan historia, ni tiempo ni identidad. Y si besé al rudo, por rudo lo confundo con el tatuado. Y la cara es la misma, aunque años anden de por medio diciendo que no puede ser. Igual no lo recuerdo con el cuerpo. Será por eso que ya perdieron el privilegio de la cajita particular.

lunes, septiembre 08, 2008

Febril y sudada

Hacía mucho que no sufría por la bronquitis ni las fiebres me hacían delirar señoras chambonadas.

Soñé que se moría Carmelita Salinas y que me enteraba por la nota de un periódico. La edición era como de periódico de antaño: todo amontonado, todo en blanco y negro y con una fotota espantosa. Lo leía parada al lado de la ventana de mi cuarto, y decía con genuino asombro "¡no mames, se murió de un paro cardiaco!"
Hace un par de semanas soñé que escuchaba en la radio que se había muerto el tal Sopitas. Decía también "¡no mames!", como cuando mataron a Paco Stanley, y hasta sentía un poco de tristeza. Hace unos días lo conocí. Le hablé para decirle que me urgía una entrevista que él está negociando. Debí romper el hielo con la anécdota del sueño, pero no me dio la gana. A la fehca no me ha resuelto. Debí. Igual y le hubiera echado más ganitas.

Hacía mucho que no enfermaba con tremendos sudores. La última vez que mis delirios se pusieron juguetones, me creí en medio de un partido de futbol. Los jugadores, unas cortinas feísimas que mi mamá todavía conserva, se me venían encima.